Rebelión o arqueología

Los libros de José Carlos Mainer¹ son un modelo de rigor, de penetración intelectual,  de información sugerente. Su gran tema de estudio es la Edad de Plata; periodo culturalmente brillante que forjó sus cimientos en una época de desencanto y frustración. ¿Paralelismos con la actual?: bastantes. Sólo que ahora no se vislumbra ninguna Edad de Plata. Vamos, no se vislumbra ni una Edad de Alpaca.

El punto de partida de aquel desencanto fue la “nostalgia de estado”. Esa incapacidad administrativa que te deja con el culo, la seguridad y los impuestos al aire. Esa certeza de que si vienen mal dadas todo se resolverá en retórica y mentiras; que habrá una apelación oficial a lo que esté de moda (entonces la patria y la raza, ahora lo progre y la jerga científica) y a continuación silencio y comisiones oficiales. En las dificultades, los españoles sólo nos tenemos a los españoles. Es mucho, pero se agradecería que también tuviésemos una estructura administrativa que aunase eficacia y responsabilidades.

Esa desafección y ese escepticismo ante la respuesta de la administración, se debía y se debe a la unidimensionalidad moral de los que mandan. Ellos son los poderosos y existe una barrera “natural” con quienes no lo son. Es algo tan simple como tener y no tener. Un sistema de castas que se ejerce implacablemente. Y si esta brecha de por sí es inaceptable, a lo largo del siglo XX ha incrementado nuestra desazón por la carga ideológica que inficiona las argumentaciones, hasta convertir en imposible el diálogo entre los que tienen el poder y los que no. Y encima, esta barrera corporativista, por ósmosis, deja la eficacia burocrática en mantillas, pues no se asciende hasta los cargos de responsabilidad por mérito, sino por obediencia y capacidad para repetir mantras. Ideología es convertir un corpus de ideas en un dogma que permite la autosatisfacción personal y el acceso al poder. Poco se puede razonar con este panorama. Poca autocritica cabe en mentes fanatizadas o subvencionadas. Es la trampa del ego con la buchaca llena.

¿Reacciones a todo esto? Hay tres que coinciden con las que tomaron los españoles de hace 130 años, y no es porque la historia se repita, lo que se repite son los esquemas mentales de las personas. Se ve que nuestro bagaje emocional es limitado. Una de estas reacciones es la decepción irónica e inactiva: hacer un chiste y beberte una cerveza. Una mezcla de quietismo, de ataraxia, de resignación y de vagancia que fomenta un camino de ida y vuelta derrotista: del sofá al frigorífico y otra vez al sofá pasando por el mando de la tele. No es la revolución pendiente, es la revolución tumbada.

Otra reacción es la trivialización retórica. Que consiste en ir a la revolución cargados de memes. Que ya se sabe que son un arma de distracción masiva. Dices algo ingenioso, te gustas, lo compartes, te estremeces cuando ves un like… Y las cosas ni se inmutan ni mejoran. Eso sí, los poderosos están felices al comprobar que se las ven con inofensivos ocurrentes. Porque pocas veces un juego de palabras ha estremecido a los que están arriba.

Y otra es la sublimación del erotismo como consecuencia de la pérdida de iniciativas históricas. Si no es posible el cambio démosle una oportunidad a la testosterona. Rijosos del mundo, uníos. Vivimos el fin de la historia y el inicio de la pornoadicción. Antes el lema era un hombre un voto, ahora es un hombre un only fans. En fin, cada época tiene sus impulsos. Su manera de imitar al avestruz.

Lo que necesitamos ahora es una generación acumulativa del 98. Pero en positivo; no intelectuales amargados que vierten su pesimismo en el modo de comprender a España, sino pensadores verdaderamente enraizados con las capas populares, no contaminados por el pijerío progre ni por la angloesfera,  que conviertan su insatisfacción ante el rumbo del país en vendaval de reflexiones positivas y de soluciones que no se alejen de la realidad hispana.

De lo contrario, puede cumplirse el objetivo áureo del autoritarismo: normalizar la decadencia. Que la cotidianeidad se resquebraje y todo el mundo calle. Dominar sobre un país de dormidos y obedientes. Hacer de la ilusión algo lejano.

Espero que no sea así y que la rebeldía no se convierta en un tecnicismo arqueológico. Me consuelo pensando que escribo esto un 30 de abril. A menos de 48 horas del dos de mayo. Como dijo alguien de Star Wars: que la simbología te acompañe.


  1. Mainer, J.C., Literatura y pequeña burguesía, 1890-1950, Madrid, Cuadernos para el Diálogo, 1972

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