Es inevitable: lees a Seznec¹ y todo está más claro. Espectaculares fenómenos sociales rebosantes de microinformaciones que desconciertan, abruman, neutralizan a los que los estudian, se muestran más sencillos y constantes en su esencia; más cómodos de comprender y más absolutos en su trascendencia. Lo malo es que también aumenta la preocupación.
Por ejemplo, compruebas que esto que nos está pasando en el último decenio: los grandes procesos macropolíticos y macroeconómicos y macro lo que sea, es una simple y dolorosa e inevitable translatio imperii: Roma dejó paso a España, que dejó paso a Francia, que dejó paso a Inglaterra, que dejó paso a Estados Unidos. La fe, el enciclopedismo, el carbón y el petróleo ejercieron de destino manifiesto para levantar un edifico de prestigio y de dominación. Como complemento, por la otra orilla del Mediterráneo, hay una translatio imperii que no suele contarse en serio: Roma-Constantinopla-Moscú. Y ojo, que esa idea de Moscú como tercera Roma no será históricamente muy sólida, pero no es baladí en los esquemas mentales rusos. Y en sus consecuencias.
Hasta aquí lo “cómodo”. Lo digo entrecomillado y con irritación porque hay analistas sin conciencia que echan de menos la simplicidad estratégica de la guerra fría, obviando el sufrimiento de millones de personas. Lo incómodo es que ahora vivimos una translatio imperii que no estaba en los libros autocomplacientes. Y es la que desplaza el eje de energía vital planetaria en dirección al Asia, con el objetivo de retomar su poderío de hace miles de años. Poderío reducido y vulgarizado, en cuanto las tertulias parisino-londinenses triunfaron, a la categoría de orientalismo juguetón: chinoiseries, hinduismos, lucir un jarrón Ming, llevar un sari, comer algo que no sabes pronunciar. Exotismo esnob mientras tus ejércitos dominan. Hace ciento 150 años era una manera de entender la civilización. Pero ahora, perdurar en este esquema es convertir el eurocentrismo en una aproximación a la eutanasia cultural. Sentir Europa como una burbuja de tiempo en un reloj de historia.
Lógicamente, todo esto que nos está pasando obligará tarde o temprano a redefinir el concepto de bárbaro. Y en consecuencia, la nueva imago mundi traerá aparejada un cambio de paradigma iconográfico y lingüístico. No por convicción, sino porque quien paga manda. Hace 110 años los ingleses engañaron a los árabes con el Acuerdo Sykes-Picot; hoy, el estadio del Arsenal (equipo fundado por trabajadores de una fábrica de munición en plena época colonial inglesa) se llama Emirates Stadium. Suprema ironía. Y así puede ser todo. Dentro de poco lo de engañar como un chino no quedará bien, más que nada porque el chino puede ser tu jefe. Yo, que soy un viejales a las órdenes del magnesio y del Omega 3, me recuerdo salir por Valencia el día del Domund con huchas de cabeza de chino o de indio de la India. Si naciera ahora y fuera listo pediría empleo en Bangalore, el Silicon Valley de la India, o en Zhon Guan Cun, que es el ídem de lienzo de la China. Evidentemente, para Europa esta subordinación a los “bárbaros” no será agradable; aunque tampoco hace nada por interrumpirla. Afortunadamente, los españoles tenemos un modelo a seguir de cara a la adaptación al mundo que se nos viene encima. Gonzalo Mena Tortajada, el Daja Tarto, era de Cuenca, fracasó como novillero y triunfó como faquir. No digo que sea la solución definitiva, pero es una puerta abierta.
Porque tampoco parece que el mantra de la pureza de la sangre y el abolengo nos vaya a servir de mucho. La cultura del cortesano desgraciadamente no se usa. El código de la hidalguía, menos. Un escudo nobiliario ya no modifica la realidad. Ni el PIB. Antes, las familias importantes y los países pintureros buscaban un antepasado heroico, a ser posible de origen troyano, para justificar su rango tirando de pedigrí y de antigüedad. Un tal Francus fundó Francia, un tal Hesperus nos fundó a nosotros, Bruto, nieto de Eneas, fundó Britania. Hoy, culturalmente inertes y económicamente hipotecados, este recurso al pasado áureo no impresiona, no divierte, no distrae. Una ejecutoria de limpieza de sangre ya no sirve ni para comprar en AliExpress. Hoy, los supervivientes de Troya son habitantes de la provincia de Çanakkale, y el prefijo telefónico es 286. Por cierto, ahora que hay Papa nuevo les cuento una maldad genealógica: los Borgia oficialmente descendían de Isis, Osiris y Apis. Se ve que los dioses egipcios veraneaban en Gandía.
Por último, una batería de preguntas retóricas tristonas. ¿Quiénes serán los neuf preux del futuro? ¿Deportistas? ¿Influencers? ¿Diseños de una IA? ¿Y a quiénes se dirigirá su ejemplaridad? ¿Qué valdrá la pena enseñar en las escuelas? ¿Qué símbolo cultural se podrá argumentar que no se sienta absurdo, ajeno, caducado? El Humanismo fue una confluencia de escritos, creencias, esnobismos y energías. Salió bien. Pero, ¿qué confluencia es posible ahora? ¿Con qué arte, con qué emociones y con qué personas? El Renacimiento fue, entre otras cosas, un modo brillante de reintegrar temas antiguos en formas modernas. ¿Cómo lo hacemos hoy? ¿Nos dejarían?
Un primer paso sería aclarar sin palabrería huera dos conceptos: memoria fundamentante: la que da forma a una voluntad de convivencia desarrollada en el tiempo (y que tiene vigencia en el futuro). Y cultura autoderrotada: la dirigida por cobardes de vocación que únicamente aspiran a trabajar para los nuevos amos.
A mí, el futuro me asusta por todas estas razones, pero sobre todo porque no puedo ser el Daja Tarto: tengo sobrepeso y de faquir no doy el pego.
- Seznec, J., Los dioses de la antigüedad en la Edad Media y el Renacimiento. Taurus, Madrid, 1983.