Hay países que invierten energía intelectual tratando de levantar una Leyenda Blanca; en contraposición cansina, el nuestro paga sueldo oficial a una caterva de amargados que se complace en perpetuar una Leyenda Negra. Somos, sin duda alguna, el país que más gasta en I + D: Indignación más Desengaño. Asombra la eficacia editorial y el placebo íntimo que ha supuesto para nuestra progresía “culta” la fabulación sobre el fracaso nacional. Un sinsentido histórico que alimenta ensoñaciones y manipulaciones. Pero se comprende la utilísima felicidad que es tener un pecado original que explica a priori, a posteriori y cuando sea menester, por qué no vales para nada. Qué cómodo trabajar sobre modelos imaginarios de dolor que se perpetúan; qué miserable tener la voluntad de desguazar la tradición. La tragedia contemporánea de España es que la explicación de nuestro pasado está en manos de intelectuales del palo siempre faltos de bibliografía y de sinceridad.
Sin embargo, basta con leer a Godechot¹ para darte cuenta de que las cosas son distintas. Porque el poliedro vital de cada país tiene sus inevitables claroscuros; y únicamente un seudotrauma de una falsa seudociencia ha generado la mística del dolor nacional entre los españoles. Mientras algunos países olvidan o niegan su pasado, nosotros asumimos incluso lo que no hemos hecho. Roma no pagaba a los traidores, España los incluye en los presupuestos del estado. Como ligera explicación a lo que digo, allá van algunas pinceladas agrupadas en el apartado “¡madre mía si lo hubiéramos hecho nosotros!” Yo creo que algo ilustran.
A los relamidos con careta popular les gusta referir que una manifestación de pescaderas derrocó a Luis XVI, y que ese fue el inicio de la revolución que nos dotó de dignidad ciudadana. Pero no cuentan que esa misma revolución guillotinó a Olympe de Gouges: una escritora feminista que defendió los derechos de la mujer y que tenía un criterio propio sobre cualquier asunto. Se ve que esa señora no tenía dignidad ciudadana. ¿La recuerda alguien el 8 de marzo?
Claude Le Petit escribía versos revolucionarios, era un golfo y se metía en líos. Vivió en España y en Italia sin que le pasara nada. De regreso a Francia publicó Paris ridicule. La policía registró su casa; le encontraron obras “obscenas, sediciosas e impías”. Y lo queman en 1662. En los libros de texto, ese año se considera de absoluto esplendor del rey Sol, mientras la atribulada España ve el inicio del reinado de Carlos II. Prismas, nada más.
El asalto a la Bastilla, que da inicio a la edad moderna, consiguió liberar de las garras del absolutismo la extraordinaria cifra de… 7 prisioneros; uno de ellos un irlandés loco que se creía Julio César, San Luis, Dios. Otro logro heroico fue descubrir una máquina extrañísima que se creyó un terrible instrumento de tortura, pero al final resultó ser un mecanismo para escanciar agua. Menos mal que la épica tiene su merchandising; por eso, el autodenominado Palloy el patriota, contratista y revolucionario, demolió la Bastilla y vendió sus piedras y sus hierros. Fue un gran negocio que no quedó ahí, pues también creó una floreciente industria de bajorrelieves, bomboneras, pisapapeles, etc. relacionados con la temible fortaleza. Allons enfants del pelotazo.
Y ya puestos, una pincelada sobre emoción y escenografía: la Marsellesa se adopta como himno nacional en 1795, e inmediatamente se la “silencia” porque suena demasiado revolucionaria. Después tendrá sus alzas y sus bajas: se bramó aturdidamente en el Madrid del 14 de abril del 31, se la modificó en la Francia de Vichy, se corea con entusiasmo en el 6 Naciones, “provocó” un altercado en un partido de fútbol contra Argelia en el año 2002, con invasión del campo por jóvenes franceses de origen argelino y abandono del palco de Jacques Chirac, que era entonces presidente. Toda una teoría del significado de las cosas
Acabo con una noticia que da J. N. Wilford, periodista científico del New York Times y autor de una importante divulgación sobre dinosaurios. En 1590 fallece en la Bastilla a los 80 años un hugonote sabio: Bernard Palissy. Muere de hambre y malos tratos. Fue víctima de la guerra civil religiosa que asoló Francia. Había descubierto una técnica de esmaltado, aspectos esenciales del ciclo del agua, y sostenía una idea que molestaba a la ortodoxia científica: que los fósiles eran residuos de criaturas vivas (y que por lo tanto, la Creación no fue un acto instantáneo, cerrado e inmutable). Si llegamos a ser nosotros quienes le encarcelamos, sale en todas las películas de Parque Jurásico un inquisidor dándole tormento a un triceratops. Y eso hubiera sido un anacronismo intolerable. A no ser que el inquisidor, en un arranque de dignidad y trascendencia, se deja de laberintos doctrinales, clava sus sandalias de madera en los medios de la Plaza Mayor de Madrid, cita al triceratops desde lejos y le liga una serie de cinco naturales cerrada con el obligado de pecho. Entonces no hubiera sido un anacronismo, sino una tarde cumbre para la paleontología.
La cultura española lucha contra una quinta columna formidable (por persistente y malintencionada, no por el talento). La pereza interpretativa y la difusión de una mentalidad acomplejada son dos de sus señales distintivas. A ellos les va bien: llenan la bolsa. A nosotros nos va mal: no reaccionamos.
- Godechot, Jacques. Los orígenes de la Revolución Francesa, Madrid, 1985