Escuela de novelerías

Escribía amenísimamente Martín Gaite¹ sobre las modas que convulsionaron el Neoclásico español. Escuela de novelerías fue el modo despectivo de motejar las novedades parisinas que descolocaban; claro que, detrás del chiste, siempre hay una realidad que muerde con más o menos daño.

Los huracanes de modernidad en España acostumbran a ser armas de confusión masiva. El del Renacimiento se quedó en vendaval porque nos sentíamos fuertes: además, adoptar los usos del pijerío borgoñón es incómodo, pero no te aturde; y ver a un poeta pintar en las paredes “el endecasílabo, rimado, jamás será olvidado” es llamativo pero no traumático. El primer huracán de categoría 5 llega en el Neoclásico y España acabó con dolor emocional y la identidad machucha.

Lo nuevo afecta a los ricos y a las inseguras clases medias, que nutren las filas de los petimetres, currutacos, pirracas, pisaverdes, lechuguinos: mil nombres graciosos que anuncian la magnitud del desconcierto. Frente a ellos estarán los majos y los guapos, por lo general de clase baja (con algún aristócrata flamenco), y formarán, iconográficamente, la “quintaesencia de lo español”. La batalla estética entre los tatarabuelos de chonis, cayetanos, poligoneros, estilosos, gente de blusa y gente de Lacoste dio una literatura divertida. Hasta que llegó 1808 y la realidad ya no escribió sainetes ni comedias nuevas.

Lo terrible es que en sus formas sociales aquel huracán, comparado con el que sopla ahora, resulta entrañablemente humano. Que el currutaco fuera un joven ocioso que se pirrara por el baile, tiene un pase. Que el petimetre gustara de lucir relojes, no fastidia. Que se aceptara la figura del embebecido: un fulano que se queda absorto ante su dama y pierde noción de lo que le rodea, tira que te va: un gilipollas de manual lo hay en cualquier parte. Que la moda femenina fuera tema de conversación ni lo tengo en cuenta: es una aburrición que todavía dura. En España es un estereotipo de ninguna gracia hacer referencia al atuendo de la gente que da las campanadas el 31 de cualquier diciembre.

Aquel huracán no fue en realidad tan poca cosa como lo he pintado, pero nos pilla lejos. El de ahora es peor porque nos pilla ahora y porque sopla con dos ojos diseñados para la aniquilación minuciosa de la personalidad.

De un lado, lo woke y su destrucción de los puntos de referencia naturales, de los criterios morales firmes, de los puentes con la tradición hispana. Lo woke es una máquina de crear inseguridad en los débiles, un torbellino que te juzga, te asfixia y te cancela. Y hay un negocio que se aprovecha a conciencia de esta danza de la muerte en vida.

El segundo ojo del huracán es la tenebrosa posibilidad que ofrece la tecnología de aislar al ser humano definitivamente, de alienarlo dentro de su pequeño mundo, de romper todos los necesarios vínculos con aquello que no complace al inseguro ego o no reafirma el atropellado sesgo. Ya se ama y se insulta a través de una máquina y en la soledad de un cuarto. Dentro de nada se le podrá ordenar a una IA personal que configure unos amigos que rían, escuchen, no cuestionen tus memeces; o que componga un argumento novelístico a partir de tus necesidades personales, siempre acorde con la sensibilidad buenista del final feliz, y lo convierta en imágenes bonitas para amodorrar tu tedio. O peor aún, que componga una canción según tu estereotipado canon y minúsculo talento y acto seguido la cante un holograma de esa señorita que tiene un novio fortachón que trabaja para un equipo de fútbol americano de Missouri. Después, ese aturdido y falsificado ser humano le pedirá a su impresora 3D que le construya un Grammy.

Si no se reacciona a tiempo, los microuniversos se diseñarán a mayor pasividad del limitado gusto; se vivirá “protegido” por la reducción de la sabiduría; encerrado en una jaula artística y mental que nos “libere” de la reflexión y la originalidad. Nuestro yo no crecerá. Nunca será otro yo. No asumirá riesgos. No se conocerá el fracaso porque seremos el emisor, el receptor y el juez de todo lo que nos rodea. No se sufrirá ni un rasguño emocional; y tendrá lógica, porque este modelo de ser humano no es capaz de sobreponerse ni a un rasguño emocional.

Los controladores nos quieren aislados, falsamente creativos, intolerantes con lo que piense el otro, con la fecha de caducidad de las ilusiones cercana y la fecha de caducidad de la Visa en orden. Así nos educa la élite: reemplazables, inofensivos, indefensos.

En el XIX-XX (Napoleón en el inicio) el vendaval de modernidad encadenó guerras civiles hasta cerciorarse de la muerte del clasicismo humanista. En el XXI la guerra civil es interior y su evidencia es la enfermedad mental que asola el mundo. La gente, en la tiniebla de su habitación, ya no medita, dice angustiada: “Alexa, invéntame una vida. Y cuando no me guste inventas otra, y otra, y otra”… Así, de ficción en ficción hasta la depresión final.

Está claro que el estilo es el destino.

#CentenarioCarmenMartínGaite


  1. Martín Gaite, Carmen. Usos amorosos del dieciocho en España, Editorial Lumen, Barcelona 1981.

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