El mundo es una realidad dual: la risa es el envés de la existencia. Es la tesis de Mijail Bajtin,¹ uno de los poquísimos marxistas que entendió qué es la literatura.
Este segundo mundo, el humorístico, es uno de los escasos salvavidas que nos quedan a los occidentales que contemplamos: impotentes, furiosos, asqueados, la demolición del proyecto humanista que nos definía.
Probablemente es un salvavidas agujereado. Y como arma defensiva es un arma cargada de fracaso. Pero ¿qué otra cosa podemos hacer los liberales en estado de descorazonamiento? Demasiado escépticos para creer en la revolución; demasiado lúcidos para gustarnos los compañeros de viaje; demasiado leídos para no saber interpretar la historia. Además, como en la mili, la cobardía se supone.
Ante esta invalidez de las ilusiones, como compensación, siempre nos quedará el sosias paródico. Ese yo que se convierte en otro yo y nos permite burlarnos de la barca, del barquero y del naufragio. ¡Cómo si no se puede habitar en esta España sin proyecto moral y sin pulso intelectual! Vivir en una España que ha hecho dejación de su función esencial, que es ser España, requiere mucha torre de marfil y mucho humor.
Y lo gracioso, mal que bien, te aligera de tanta frustración acumulada: es un punto de vista perdedor, pero rebelde; agresivo de andar por casa (la casa del cerebro y del lenguaje); rabioso, escandaloso y pretencioso: como un rottweiler que trata de morder con los dientes de leche.
La risa como forma defensiva exterior e interior tiene minúsculas dosis de victoria. Dar pol saco a los enemigos de la risa es una de ellas. Sentirte libre en tu fuero interno puede que sea otra. Aguantar el tipo en medio de la sociedad estulta, también. Claro que, a solas, sin esa máscara de humor, el espejo te pilla la trampa y entonces no hay minúscula victoria, hay desamparo.
Pero tengamos fe en el caos sonriente. En la virtud curativa de la risa. Esgrimamos siempre la risa cruel contra el tirano. Hagamos profesión de fe en que el disparate puede convertirse en un germen revolucionario. Los principios modestos no deben asustarnos. Tampoco que el proceso se dilate. Dicen los geólogos que hace un huevo de años el mar Atlántico era un pequeño golfo.
Los intelectuales del 98 despreciaron el poder de la risa como segundo mundo. Y, atrincherados en sus casinos humeantes, propagaron que les dolía España (la España imaginada por el Romanticismo) e inventaron un análisis de «nuestra fallida historia» que nos ha pesado, entristecido, acomplejado. Todo mentira, ¡pero qué eficaz! El mundo es una realidad dual que nos invita a reflexionar sobre la risa como elemento esencial de la existencia. Los intelectuales del 98 pasaron por alto este poder, enfocándose en narrativas más melancólicas. La existencia es risa, un recordatorio de la falsedad de aquellas interpretaciones pesimistas y agridulces.
Así pues, proclamo que «la carcajada es compañera del Imperio». Y para mayor contradicción citaré a un francés, pero decente. Rabelais tiene un personaje épico cuya famosa espada luce el señorial nombre de Bésame el culo. Ahí veo yo un amanecer de gloria. Quizá esté cercano el día en que, capitaneados por el robot mexicano Bender B. Rodríguez, la hispanidad se alce al grito de Bésame el culo y principie la rebelión ético-humorística contra los malvados.
Es eso o votar los presupuestos del Estado.
- Mijail Bajtin, La cultura popular en la edad media y en el renacimiento. Alianza Editorial. Madrid. 1990