La rumba de la educación

Los temas esenciales acostumbran a tener una redacción ingrata. Es como si la trascendencia y la sintaxis se tuvieran ojeriza. No es así en el caso de Julio Ruiz Berrio¹, que analiza con amenidad y rigurosamente los ires y venires de un tema capital: la modernización de la educación escolar española cuando los aires ilustrados comenzaron a mover las cosas, a irradiar sentido crítico, confusión y experimentalismo por doquier. Este era un tema trascendental entonces. Ahora también se habla mucho sobre la enseñanza. Pero es por obligación. Y por negocio. No porque se tenga la voluntad de revivir un cadáver. Ni porque se sepan las artes de la resurrección. Para los que mandan no es un tema trascendental, pero está en la agenda.
La Ilustración tomó como base argumentativa un axioma excluyente: casi todo lo anterior era un fracaso. Y en consecuencia, aportó un remedio: la educación como solución. Y cuanto más temprano se comenzara con esa educación, más soldados habría para el combate triunfal de la nueva imago mundi y los nuevos paradigmas. Por eso el Romanticismo instaura una idea neoclásica: la obligatoriedad de la enseñanza primaria. Buscando, o no, armonizar con sutileza la educación sapiencial y la educación nacional. Enseñar conocimientos, sí, pero también enseñar a ser buenos ciudadanos, o buenos patriotas. Porque la correlación buen hijo-buen ciudadano era el gran bien de la nación. De ahí que la familia y el sistema educativo se consideraran la base de la felicidad del Estado. Y de ahí que se necesitara controlar lo que se enseñaba y se acotara la entrada de determinados aspectos de la cultura popular en el aula. La tentación/necesidad de uniformar al individuo va implícita en el concepto de estado moderno. Es tal vez la gran razón de estado. Por eso se busca una materia escolar estandarizada y siesa, y una iconología sensible, con mitos e imágenes que propician una reacción sentimental políticamente preestablecida. Se trata de crear una cultura colectiva que sea el aceite lubricante del patriotismo. Un ejemplo de manual sobre esto es cuando, tras el atentado de las Torres Gemelas, los sicólogos aconsejaron modificar la nueva película de Spiderman, ya rodada y lista para su distribución, que comenzaba con el superhéroe balanceándose entre las Torres. Un icono de la cultura pop recordando un esplendor que fue, pero que se había convertido recientemente en muerte y miedo era mucho dolor para un público patriota.
Hasta ahí todo normal; todo dentro de los parámetros de manipulación estándar. El problema, para nosotros, es que en España hay un factor de conciencia convertido en enorme problema educativo: el revanchismo en los planteamientos escolares. Aquí se critica y se cambia a conciencia lo anterior. Se modifica la historia como se modifica el callejero. Se rinde automáticamente tributo a nuevos amos y a peregrinos dioses. Y después, cuando el programa educativo fracasa se escenifica la estupefacción de la clase dirigente. Y acto seguido se anuncia que se invertirá más dinero en la enseñanza, pero no más libertad y más conocimiento. Porque en realidad no preocupa el fracaso, ya que el éxito no es el objetivo. El objetivo es aburrir en el aula y adormecer la conciencia crítica y el espíritu de investigación. Prima más la manía reglamentaria que la potenciación del talento. Se prefiere un corta y pega antes que la curiosidad intelectual. Se confía en que la burocracia sea la tumba de la disidencia.
Y a todo lo anterior hay que añadir dos detallitos. Con Napoleón III llegó el esnobismo a la cultura. A partir de este momento, además de saber, hay que lucirse, hay que buscar la brillantez social, el rasgo original y distintivo. Porque esa manera de mostrar el conocimiento abre las puertas del primer mundo y de los buenos cargos. En España, el Ateneo de Madrid fue el paladín de esta cultura vistosa, a menudo volátil y con poco poso, pero que se demostró como bonísima catapulta para subir en política y negocios. Y a la estela de este lucimiento, las ideas “atrevidas” y los monstruos de la razón y de la originalidad llegaron a la teoría de la educación. Y se aplicaron conceptos pedagógicos absurdos que, por ese estúpido deslumbramiento hispano ante lo foráneo, han acarreado gravísimos problemas. Muchas generaciones de estudiantes han sido víctimas de un libro. De un libro sobre pedagogía que leyó alguien que tenía influencia en el régimen gobernante. Y por su tozudez, y porque nadie supo llevarle la contraria, se aplicaron planteamientos escolares insensatos que modificaron la vida (porque la vida es el conocimiento) de la gente. Y después, ante el fracaso, lo de siempre: pereza interpretativa, disimulo y falsificación de datos. No rendir cuentas al contribuyente. No experimentar un problema de conciencia. Salvaguardar la estructura de poder.
El segundo detallito es que otro de los grandes problemas de la enseñanza española es el sesgo ideológico de sus profesionales. Que al margen de reivindicaciones varias y de la sacrosanta libertad de conciencia, nace de una realidad muy simple: es más fácil tener ideología y perorar emocionalmente sobre ella que saber científicamente una materia y comunicarla con eficacia pedagógica. En una asamblea puede hablar cualquiera. Un libro sesudo lo quieren leer pocos. Y a la estela de esta circunstancia, es bueno hablar del ensayo de Nell Selwyn ¿Deberían los robots sustituir al profesorado?, editado en español en 2020. No sé si será esta la solución futura. Tampoco sé si puede ser interesante o conveniente. Supongo que sí y no, como en botica. Con el robot pierdes calor humano, pierdes la interacción de la palabra en el contexto y el estímulo intelectual mutuo; pero también puedes perder de vista a un mala sombra inepto y manipulador. Aunque la verdadera clave del problema no es la emocional, ni tan siquiera la erudita. La clave sigue teniendo una dimensión moral. Porque se puede cargar a ese robot, oficialmente aséptico, con conocimientos sesgados, tendenciosos, para que luzca su asertividad en lenguaje binario. Y entonces el problema se multiplicaría hasta el infinito de la ciencia ficción, porque no se puede polemizar con una IA. No hay solución sencilla a los problemas que dependen de la dignidad humana y de la voluntad de respetar la conciencia y el libre desarrollo crítico del prójimo. El factor humano es nuestra única herramienta de futuro. Y si como dijo Helen Keller: “El resultado máximo de la educación es la tolerancia», en España el futuro no se adivina muy humano.
Además, que lo de sustituir profesores por robots, tipo saya o pepper, sale muy caro. Por eso yo tengo una idea que puede abaratar los costes. En la ciudad en la que vivo, todos los días están los niños de excursión, paseando por las calles para que vean con ojos escolares aquello que ven diariamente con ojos humanos y, sobre todo, para que estén bien alejados de los libros. Mi propuesta es que, en vez de profesor con rostro agotado y pies hinchados, los lleve de excursión una rumba (que como robotillo te sale más barato). Irían a buen ritmo, se limpiarían las calles, interactuarían máquina y humanos para salvar bordillos… y tal vez la rumba disminuya el estrés del profesorado.
Y por el nivel intelectual no hay que sufrir: ¡lo divertido que es verle dar vueltas al aparatejo!


  1. Ruiz Berrio, J., Política escolar de España en el siglo XIX, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto de Pedagogía «San José de Calasanz.1970

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