De la tercera Roma a la Guerra Tibia: Rusia y su relato imperial

Ivan Bilibin public domain

Ahora que suenan otra vez tambores de Guerra Fría, que algunos se pirran porque sea Tibia, y que Rusia vuelve a ser la amenaza oficial, bueno será comentar a Bobrick¹ para entender pautas de conducta y de emoción. También, de paso, para subrayar algo tan omnipresente como la “teoría del corazón del mundo”. Corazón espinado, por lo general.
El inicio de la Edad Moderna fue traumático y decisivo para Rusia. La iglesia ortodoxa creía en la Semana Cósmica (siete días divinos equivalen a siete mil años humanos) y esperaba el fin del mundo para 1492. De hecho, la Pascua de 1493 ni se calculó porque no iba a llegar. Pero el mundo no se acaba cuando lo calculan los catastrofistas (y hay que ver lo que les fastidia a los profetas el gatillazo), de modo que Moscú rehízo su visión del tiempo, reformuló su voluntad histórica, recogió la herencia de Bizancio (que había caído en 1453) y se impregnó de mesianismo, victimismo y grandilocuencia para seguir tirando y ensamblar un corpus de creencias y emociones que permitiera un recorrido argumental hacia el imperialismo. Y siendo ruso, no hay nada mejor que refugiarse en la morfología del cuento y aplicar la estructura de las tres hermanas y la mística elección de la tercera. Resulta que Dios tuvo tres ciudades santas: Roma-Constantinopla-Moscú. Y había elegido a esta última para culminar su programa de dominio y su plan de redención. Ponerse manos a la obra para “crear imperio” fue inmediato. Aumentar los conflictos en “el corazón del mundo”, también.
Inevitablemente, como todo el proceso de consolidación mental comenzó en el Renacimiento, algunas características esenciales de este decisivo y complejo proyecto de globalización pedagógica que nos reformuló culturalmente pasaron a la estructura emocional rusa. Por ejemplo, hubo una gran renovación de la curiosidad y la subsiguiente ampliación de las fronteras (las geográficas y las del conocimiento). Tecnología, costumbres y saberes se cuestionaban, se movían, acababan por desplazar esquemas. Consecuentemente, el poder intervendrá en el acto y la historia oficial rusa se reescribirá cada cierto tiempo, pero siempre teniendo claros los dos ejes cardinales inamovibles: el punto de vista oficial y el monopolio sobre la memoria. Porque la historia no la escriben los ganadores, sino los que la pagan. Aunque a menudo estos no resisten la mirada del otro y se atenazan en un sentimiento de insuficiencia que no tiene sosiego.
Otro elemento clave para diseñar la inteligencia emocional (sección supervivencia) fue el adoctrinamiento mediante el miedo y el ocio. Para lo segundo, además del vodka, estaba la Maslenitsa, los skomorohki, los deportes tradicionales… Para lo primero se adoptó el concepto francés de Inquisición, pero aplicándolo a la española: como instrumento para limpiar un país de enemigos internos y evitar las guerras civiles que desangraban Francia. Esta será la base argumentativa de las purgas. Aunque su desarrollo esquizofrénico excederá los planteamientos españoles. Y su éxito logrará, desgraciadamente, convertir el poder, y por ósmosis la vida, en un tribunal de miedo y sumisión.
Y para que todo sea tan antiguo como contemporáneo, en el Renacimiento ya hubo escrúpulos por transmitir a Rusia la tecnología occidental: porque eran bárbaros, lejanos, peligrosos, propensos a la tiranía… Esta constante me permite aventurar una pregunta. ¿Era Erasmo miembro del MI6 y luchaba desde Oxford contra el Círculo de Cambridge? No hay pruebas concluyentes, ya lo sé; pero vale la pena seguir esa pista. Yo sólo lo digo.
Claro que Rusia no sería Rusia si su renacimiento no tuviera rarezas llamativas. Una de ellas es que se prohibió, por motivos religiosos, comer morcillas. Otra, que a los que se afeitaban se les negaba un entierro en sagrado. Dos rarezas que impidieron que en el XVI se creara en Rusia la I Internacional Peluquera. O que se desfilara por la todavía a medio construir Plaza Hermosa al grito de ¡Charcuteros del mundo, uníos!
Acabo con un batiburrillo malicioso en el que sale un griego influyente, un joven que ansía apoderarse del corazón del mundo, y una pincelada de nuestra vergonzosa dolorosa actualidad. Aristóteles le dijo a Alejandro que no se fiara de los consejeros políticos de ojos azules. Al hilo de este aviso filosófico se me ha ocurrido que si yo trabajara en la Moncloa me iba a pasar el día mirando los ojos de la gente. Probablemente sería algo engorroso y me haría impopular… pero desde luego es más seguro que poner la mano en el fuego por la integridad o el currículum de alguien.
Y ya de paso, quizás protegería a mi país de los peligros del populismo y de la Guerra Tibia. También de la pasividad de los acomodaticios: esa pobre gente que vive su vida a través de la testosterona de otro.


  1. Bobrick, Benson. Iván el Terrible, Barcelona, 1990.

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